Cita con los maestros

Historias de Amor

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Alicia Valverde

jueves, 28 de noviembre de 2013

Valió la pena.




Durante 24 horas no tuvo noticias suyas. No se trataba de una ausencia anunciada. Al principio no se dio cuenta de que él no había acudido a su cita matinal porque estaba muy ocupada.

Pero durante un segundo a pesar de estar rodeada por sonidos cotidianos y conocidos, sonidos que formaban parte de la banda sonora de su vida, sintió el silencio en su interior.

Faltaba algo en su pequeño universo. Faltaba un elemento importante. Faltaba alguien. Faltaba él. La impresión que le produjo aquel pensamiento, aquella idea, de no estar sentada en su sillón de trabajo, la hubiese hecho caer.

De pronto en la pantalla de su ordenador apareció un símbolo familiar que le anunciaba que había recibido un email.

Sin perder un segundo lo abrió y lo leyó con avidez, con fruición, con alegría.

Él le contaba que no podría pasar por allí hasta el día siguiente. Le había surgido un imprevisto y debía atender el asunto sin tardanza. Y tras la firma al final del texto la ilustración de una rosa y una carita sonriente.

Deslizó el cursor del ordenador hacia la opción “responder”. Allí estaba la página virtual en blanco, para expresar frases y sentimientos nada virtuales. Al contrario. Sentimientos muy reales.

Intentó encontrar el punto exacto en el tiempo en que él empezó a formar parte de aquella forma de su vida.

No recordaba cual fue la primera broma, la primera sonrisa en silencio en medio de un caudal continuo de sonidos. No recordaba la primera vez que él la llamó de una forma íntima, personal, cariñosa.

No lo recordaba, pero se dio cuenta de que tampoco le importaba demasiado porque comprendió que lo que nunca olvidaría era ese instante ese preciso día en el que comprendió lo mucho que él le importaba.

La pantalla del ordenador continuaba mostrando la página en blanco, congelada en el tiempo esperando que escribiese la respuesta.

Respiró profundamente, se concentró y de pronto le vio. Vio su cara, su sonrisa. El gesto de concentración cuando algo le preocupaba. El brillo en los ojos que anticipaba una broma, un comentario divertido. La forma en la que la escuchaba cuando ella necesitaba pensar en voz alta y ordenar sus ideas.

Se concentró un poco más y le llegó el aroma de su colonia. Seco y un poquito picante.

Y por fin el conjunto tuvo sentido. Le quería. Era así de simple y así de complejo. Le quería. Como no imaginó que fuese posible querer. Formaba parte de su vida, de ella, de sus pensamientos, de sus sueños, de sus ilusiones. Había sucedido sin pensar, sin saber. Fue como el caudal que se abre paso gota a gota hasta que vence la resistencia de la arcilla y la empapa dejándola lista para ser moldeada.

Moldeada…un calor intenso la envolvió…imaginaba aquellas manos fuertes acariciándola…

Abrió los ojos. No podía, no quería ir más allá porque no estaba segura de lo que él sentía por ella. Nunca había sabido leer las señales. Nunca supo seducir. Así que tenía tanto miedo a equivocarse. Tenía tanto miedo al rechazo. Temía perderle. Porque aunque él no la quisiera como ella le quería se conformaba con ser su amiga. Era patético y lo sabía. Pero estaba cansada de llevarse golpes. Así que optó por lo más sencillo. Fantasear, protegerse, no ir más allá.

A pesar de todo, a pesar del miedo, esta vez era distinto. Estaba dispuesta a ir más allá. Quería ir más allá. Deseaba ir más allá.

Aunque acabase herida, aunque esta vez tardase otra eternidad en recuperarse, daría el salto.

Respiró hondo, sintió el vértigo. La boca seca, el corazón desbocado. Pero lo hizo.

Escribió la respuesta y antes de firmar, antes de despedirse, añadió “te quiero” y la envió.

Durante unos segundos que le parecieron el preludio de la Eternidad no pudo apartar la vista de la pantalla. Pero no sucedió nada.

Suspiró de nuevo y cerró los ojos. Se sentía igual que tras participar en una larga carrera de obstáculos. Sin fuerza, vencida.

En ese momento vio en la pantalla que tenía un nuevo correo. No pensó que sería la respuesta que esperaba. Pero lo era. “Yo también te quiero. Gracias por dar este paso. Eres muy valiente. Te confieso que no sabía cómo hacerlo. Esta noche te llamaré y hablaremos. Tenemos mucho de qué hablar. Hasta luego.”

Estaba hecho. Había dado el paso. No tenía idea sobre lo que le esperaba en las próximas horas o días. Pero valía la pena intentarlo.

Blanca R. Fernández

Blanca R. Fernández

BlancaRFernndez

(8-8-65BCN)guionista,locutora,actriz d voz,profesora,La Pequeña Balboa(radiomania.es viernes&http ://elpratradio.cat domingos)
Barcelona · truckpy.blogspot.com


1 comentario:

  1. A pesar de que nadie es imprescindible, debes darte cuenta de que sin ti la vida de otras personas no sería igual.

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